La comprensión actual de la obesidad ha evolucionado significativamente, pasando de centrarse en la pérdida de peso global a dirigirse específicamente a los depósitos de grasa organoespecíficos, como el tejido adiposo hepático, epicárdico, perirrenal e intramuscular. Estos depósitos de grasa ectópica se consideran órganos endocrinos metabólicamente activos que contribuyen a la disfunción organoespecífica a través de la liberación de citoquinas proinflamatorias, el metabolismo lipídico desregulado y la señalización de insulina deteriorada. Estas patologías a menudo ocurren independientemente del índice de masa corporal (IMC), lo que resalta las limitaciones de las evaluaciones antropométricas tradicionales en la estratificación del riesgo. De hecho, la evidencia clínica sugiere que las reducciones en el volumen de grasa ectópica están más fuertemente asociadas con la mejora metabólica y cardiovascular que la pérdida de peso absoluta por sí sola. Las estrategias terapéuticas actuales que buscan reducir la adiposidad regional (incluida la visceral) incluyen agentes farmacológicos, intervenciones endoscópicas metabólicas y procedimientos bariátricos.