En las últimas dos décadas, el síndrome de ovario poliquístico (SOP) se ha redefinido, pasando de ser una afección basada en síntomas a un trastorno biológicamente complejo con características genéticas, de desarrollo y fenotípicas distintivas. Es fundamental traducir estos avances en diagnósticos de precisión, intervenciones tempranas y una atención equitativa para mejorar la vida de las pacientes con esta afección.