Está bien documentado que el uso de EAA mejora la masa muscular y la fuerza, pero a costa de toxicidad multisistémica, como disrupción endocrina, hepatotoxicidad y trastornos del estado de ánimo. Nuevas evidencias destacan el profundo impacto cardiovascular del uso de EAA, que incluye hipertensión arterial, perfiles lipídicos adversos, aterosclerosis acelerada, miocardiopatía subclínica y mayor riesgo de infarto de miocardio y muerte súbita cardíaca. Se han reportado anomalías cardíacas estructurales y funcionales, como hipertrofia ventricular izquierda, disfunción ventricular y rigidez arterial, con algunos cambios que persisten tras la interrupción. Los profesionales clínicos que atienden a atletas que usan EAA deben reconocer los patrones de uso de EAA y ofrecer estrategias de estratificación del riesgo, monitoreo y reducción gradual. Las investigaciones futuras deben priorizar los resultados a largo plazo, los efectos específicos según el sexo y los enfoques multidisciplinarios de atención.
